En una ocasión, a principios de curso, oí casualmente una conversación de dos niñas. La mayor de ellas había pasado al sexto grado y la menor, al quinto. Las niñas hablaban de sus impresiones sobre las lecciones, los maestros, las amigas y las asignaturas nuevas. A la alum- na de sexto grado le sorprendían mucho las lecciones de geometría: “Figúrate—decía—, llega la maestra y dibuja en la pizarra dos triángulos iguales y después, durante toda la clase, se dedica a demostrarnos que, efectivamente, son iguales Yo no comprendo. ¿Para qué hace falta esto?”—“¿Y cómo vas a responder si te preguntan esa lección?”—le preguntó la más pequeña. “La estudiaré por el libro… pero es tan difícil recordar donde hay que poner cada letra…”
Ese mismo día por la tarde oí cómo esta muchacha, sentada junto a la ventana, estudiaba la geometría: “Para demostrarlo superponemos el triángulo A’B’C’ al triángulo ABC… superponemos el triángulo A’B’C’ al triángulo ABC…” repetía varias veces. Siento no haber sabido qué calificaciones obtendría esta niña en geometría, pero pienso que esta asignatura debía serle bastante difícil.
El objetivo de este librito es ayudar a los alumnos a comprender las siguientes interrogantes:
¿Qué es una demostración?
¿Para qué hace falta la demostración?
¿Cómo debe ser la demostración?
¿Qué proposiciones de la geometría pueden admitirse sin demostración?
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